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En construcción...

Jodida manía

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Siete treinta de la mañana.
Hubiera hecho pedazos cualquier tratado firmado por remolonearte un poco más. Por condenar cada una de las alarmas que sonaban desde hacía más de treinta cinco minutos.
Hubiera olido tu pelo, dos veces, por si en la primera me había dejado algún, joder que bien hueles, joder lo erótico que es tu cuello.
Hubiera susurrado, jodida rutina que no me deja destrozar la lista de cosas pendientes para hoy, estrellándola entre tus piernas. Dos veces, por si en la primera no dices, ¡buenos días, joder!

Siete treinta y dos.
El café después de catorce minutos no sabe tan bueno, se enfría rápido, debe hacer frío en la calle, pues la casa ya lleva helada varios meses desde que recogiste tu última taza.

Te hubiera escondido hasta la nariz.
Hubiera escondido hasta la cabeza.
Hubieras empañado los cristales por fuera. Por dentro ya hacía horas que el salitre de nuestros cuerpos hicieron sudar al doble acristalamiento, dos veces.
Hubiera dejado respirar a cada uno de los poros de tu cuerpo, y joder que bien sabías después de morir entre tu pelvis y tu mordisco en mi oreja.

Siete cuarenta y tres.
Vuelvo a llegar tarde al trabajo. Debería aprender a no cerrar los ojos una vez despierto, jodida manía que me dejaste.
Jodida manía de dejarme.
Jodida manía.



Olvidarte

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Y yo ese día fui casi valiente.
Pero tú, golpeaste donde más dolía,
y mis manos volvieron a hundirse bajo tu falda
y mis ganas de dejarte
y mis ganas de olvidarte
sucumbieron a tus encantos
otra vez.
Y esto empezó a tomar tintes de patología
y, a sabiendas que por padecer esta enfermedad,
hubiera matado media ciudad
yo, quería olvidarte.

Lo tuvimos...

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Lo tuvimos todo para olvidarnos.

El tiempo de todos los relojes
incluso aquel que olvidaste
y yo, le robé las pilas
para que sólo te trajera dos veces.

La distancia de mis ojos a otros ojos
y sus maneras de besar
a veces tan solo, tan de verdad
que parecía mentira.
,
El tiempo en años bisiestos
donde matizar un calendario
que desdice tu llegada, de besos
que desteje a machetazos el horario.

La distancia completa
entre el sofá y la cama
donde no dejaba mi todo en el primero
donde no esperaba ya nada en el segundo.

El tiempo camuflado
de versos robados al talento
al recuerdo de un suspiro
al suspiro de volver de nuevo dentro.

La distancia que maquillaba las dudas
que hacía señas a dos mil kilómetros
sin asegurar si quiera un presente
de descifrados enigmas.

Lo tuvimos todo para olvidarnos,
lo tuvimos todo, menos una
absurda relación por la que escribo
de una distancia y un tiempo sin peso,
y es que dejaste de lloverme en agosto
y en enero, sigo calado hasta los huesos.