Un tal día 23N, el hombre de hojalata despertó con una gran noticia, la que tanto había esperado, deseado, rezado... Sin saber como volvió a escuchar otro pumpum en su pecho, raro en aquella epoca, pues hacía ya mucho tiempo que ningún ratón (sin ser comido antes por el león) se colase por sus comisuras.
Se levantó y examinose a si mismo, intentado hacer que el pequeño animal se asustara. De ninguna manera, no encontró ningún signo de movimiento allí dentro y aquello seguía con aquel amado ritmo.
El espantapajaros no aporto ninguna idea, pero el león como se constumbre, se asustó.
¿Cómo podía ser? Nadie lo supo, solo conjeturaron. Mientras el resto seguían buscando explicaciones, nuestro hombre de hojalata empezó a intentar escuchar su latido, y a la vez, el de ellos, unos más acelerados, otros menos, como ya sabía perfectamente, pues cada noche conseguía el sueño con el número de impulsos de sangre que entre sus compañeros sumaban...
- Por fin tenía un corazón - Susurró...
Disfrutaba, era feliz, lo mimaba cada noche, lo escuchaba todo el día...
Perdía todo el tiempo pensado en como estaría, y solo le tranquilizaba escuchar de nuevo ese pumpum...
Le escribía cada verso, cada prosa, era su piedra angular, todo giraba entorno a él. ¿Cómo podría haber vivido sin tenerlo algún día? Como podía dormir antes sin antes contarse los latidos, ahora era imposible...
Paso el tiempo, alomejor por la rutina, alomejor por tenerle demasiado cerca; primero, dejó de pensar en él cada mañana, luego sólo soñaba algunas noches y más allá sustituyó los latidos por un pensamiento cualquiera a la hora de dormir.
Todo se normalizó.
Un día, notó que este aminoraba su ritmo, latía sólo 23 veces por minuto y bajando...
Le asustó tanto que intentó que volviera a latir fuerte, como antes, como siempre, pues nada le hacía más feliz.
A partir de aquí, algunos días se aceleraba y hacía que nuestro hombre de hojalata estuviera eufórico, mientras otros dejaba casi de latir, haciendole eloquecer. Y así siguió, días buenos y no tan buenos, con momentos geniales y bajones repentinos.
Hasta aquel día, aquel fatídico día, aquel donde despertó sin su corazón. Había desaparecido, igual que llegó.
Reflexionó mucho, sabía que iba a sufrir. Sus compañeros, intentaron hacerle ver que solo debían ir a buscar al Mago de Oz y allí conseguiría otro... - Otro -, asintió con la sonrisa más triste que un hombre de hojalata podría mostrar...
Asintió y se fue. Tomó un papel y escribió, como hacía cuando aún lo tenía.
"Donde quieras que estés, te traeré de vuelta, te haré volver a latir dentro de mi pecho, prometo contar de nuevo todos tus latidos, despertar y sonreir. Promero ser feliz, contigo"