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En construcción...

De aquí, de allá...

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Te miraba de reojo,
como si el mundo fuera a terminar. Mi gesto,
no denotaba nada, y sin embargo,
moría por dentro por apartar la mesa
y cogerte por la cintura.

Nos separaba apenas medio metro
y una valentía inmensa por decirte
quiero hacerte dudar cada mañana.

Nos acercaron tantos kilómetros
que no era capaz de abrir la última puerta
por si tenía que saltar por la ventana. Y es que
esta ventana no era tan alta, pero salir por ella
conllevaba poner otra pared entre nuestros
aun no bocados.

Te buscaba en la sonrisa pícara,
en el juego de diferentes parejas
que yo te explicaba pensando
en la segunda mañana que me despertaría contigo
pues la primera llevaba dibujada un rato en mi memoria.

Pero acabamos desnivelando la balanza
hacia el lado donde nos condenábamos
a entendernos sólo con palabras
y nos faltó el lenguaje no verbal.

Y no sé decirte si esto, es tuyo o mío.

Y me engaño con mis ganas de volver a casa.

Y te miento.

Jodida manía

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Siete treinta de la mañana.
Hubiera hecho pedazos cualquier tratado firmado por remolonearte un poco más. Por condenar cada una de las alarmas que sonaban desde hacía más de treinta cinco minutos.
Hubiera olido tu pelo, dos veces, por si en la primera me había dejado algún, joder que bien hueles, joder lo erótico que es tu cuello.
Hubiera susurrado, jodida rutina que no me deja destrozar la lista de cosas pendientes para hoy, estrellándola entre tus piernas. Dos veces, por si en la primera no dices, ¡buenos días, joder!

Siete treinta y dos.
El café después de catorce minutos no sabe tan bueno, se enfría rápido, debe hacer frío en la calle, pues la casa ya lleva helada varios meses desde que recogiste tu última taza.

Te hubiera escondido hasta la nariz.
Hubiera escondido hasta la cabeza.
Hubieras empañado los cristales por fuera. Por dentro ya hacía horas que el salitre de nuestros cuerpos hicieron sudar al doble acristalamiento, dos veces.
Hubiera dejado respirar a cada uno de los poros de tu cuerpo, y joder que bien sabías después de morir entre tu pelvis y tu mordisco en mi oreja.

Siete cuarenta y tres.
Vuelvo a llegar tarde al trabajo. Debería aprender a no cerrar los ojos una vez despierto, jodida manía que me dejaste.
Jodida manía de dejarme.
Jodida manía.



Olvidarte

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Y yo ese día fui casi valiente.
Pero tú, golpeaste donde más dolía,
y mis manos volvieron a hundirse bajo tu falda
y mis ganas de dejarte
y mis ganas de olvidarte
sucumbieron a tus encantos
otra vez.
Y esto empezó a tomar tintes de patología
y, a sabiendas que por padecer esta enfermedad,
hubiera matado media ciudad
yo, quería olvidarte.

Lo tuvimos...

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Lo tuvimos todo para olvidarnos.

El tiempo de todos los relojes
incluso aquel que olvidaste
y yo, le robé las pilas
para que sólo te trajera dos veces.

La distancia de mis ojos a otros ojos
y sus maneras de besar
a veces tan solo, tan de verdad
que parecía mentira.
,
El tiempo en años bisiestos
donde matizar un calendario
que desdice tu llegada, de besos
que desteje a machetazos el horario.

La distancia completa
entre el sofá y la cama
donde no dejaba mi todo en el primero
donde no esperaba ya nada en el segundo.

El tiempo camuflado
de versos robados al talento
al recuerdo de un suspiro
al suspiro de volver de nuevo dentro.

La distancia que maquillaba las dudas
que hacía señas a dos mil kilómetros
sin asegurar si quiera un presente
de descifrados enigmas.

Lo tuvimos todo para olvidarnos,
lo tuvimos todo, menos una
absurda relación por la que escribo
de una distancia y un tiempo sin peso,
y es que dejaste de lloverme en agosto
y en enero, sigo calado hasta los huesos.



Otro de esos...

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Hagamos de nuevo una cata de besos
vuelve a enseñarme cada uno de esos
con los que saltaba
y volcabas mi mundo
haciendo que mi reloj durara
y nos dejábamos caer...

Nos rendimos...

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Nos rendimos a la noche
al sabor de unos besos tan dulces
como salado nuestro cuerpo

Devoramos el pasado de esta cama
recibiendo este otoño con primavera
disfrazando nuestras diferencias
intentandonos follar hasta el alma

Recogimos velas y nos dejamos llevar
maquillamos el corazón con placer
atamos las manillas del reloj
y nos dijimos la verdad con el cuerpo

Nos rendimos a la noche
al erostismo más salvaje
al deseo de penetrar esta realidad
Y perdimos...

Comprendimos...

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Comprendimos que al final las palabras que escribíamos nos rescataron del abismo.
Comprendimos que nos parecíamos tanto como Madriz y Londres, y tan poco.
Comprendimos que la distancia nada tenía que ver con los kilómetros, si en nuestra cama la yema de mis dedos ya no acorralaban tu ombligo.
Comprendimos que nuestro cuerpo ya no hablaba con las manos y susurraba al oído el placebo perfecto.
Comprendimos que nos querremos casi siempre pero nos amaremos solamente en los textos que nos escribiremos.
Comprendimos que los sueños son propios y crean realidades cada mañana.
Comprendiste que no llegaríamos más allá de nuestro universo y saliste a la calle.
Comprendí que esta casa solamente se volvería a llenar metiendo todo el universo y maquillé tu ausencia.
Comprendimos que nuestra historia fue tan diferente que será eterna.